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jueves, 7 de diciembre de 2017

60. Testimonio, atentado frustrado contra el Cardenal Norberto Rivera Carrera.

TESTIMONIO DE UN MILAGRO
ATENTADO FRUSTRADO CONTRA EL SEÑOR CARDENAL DON NORBERTO RIVERA CARRERA
*Comparto mi testimonio sobre el atentado frustrado contra el Cardenal el 12 de noviembre de 2006 en la Catedral Primada de México. Este testimonio fue escrito inmediatamente después de ocurridos los hechos y entregado al Señor Cardenal. El Cardenal por humildad y prudencia no quiso que se diera a conocer. En este día en el que su renuncia fue aceptada doy a conocer los hechos como un homenaje a un hombre de Dios, Pastor de su Iglesia y amado por su pueblo. Expreso mi gratitud filial sincera a mi Padre y Pastor dando testimonio del día en que la morenita del Tepeyac salvó su vida. ¡Gracias Señor, especialmente por no haber permanecido mudo ante las violaciones a los derechos humanos y divinos de la Iglesia, nuestra Madre!



12 de Noviembre de 2006
Al iniciar la homilía, un señor de aspecto sospechoso y un poco nervioso se acercó al lugar donde yo me encontraba. Yo vestía sotana y me encontraba al lado derecho del altar (viendo hacia él) pegado a una de las columnas, aproximadamente a unos cinco metros adelante del órgano. Eran alrededor de las 12:20 p.m. El Señor de nombre N., de N. años, aproximadamente 1.80 m de altura, con un collar de piedras que rodeaba su cuello, delgado, desarreglado, me dirigió la palabra y me dijo: «¿Tienes forma de alcanzar al cardenal?», a lo que yo respondí (sorprendido y con desconfianza) que era algo imposible para mí, que yo no tenía acceso a él.
Le pregunté qué cosa necesitaba, qué se le ofrecía. Inmediatamente se quitó una esclava que llevaba en su mano izquierda y me la dio diciéndome: «quiero que le des esto al Cardenal». Yo me negué preguntándole qué era y pidiéndole una explicación. Él me contesto que era una esclava suya que la había llevado consigo durante mucho tiempo, y que quería que le fuera entregada al Cardenal y que le hiciera saber lo siguiente: «Yo no he venido a misa, he venido a atacar al padre, lo iba a lastimar, iba a atentar contra él».
Yo inmediatamente me asusté y el Señor continuó: Estaba frente a él, lo tenía enfrente de mí, estaba a punto de hacerlo, pero algo me detuvo, no pude hacerlo. Me formé en la valla como uno más para poder herirlo en la procesión. Sin embargo, cuando se acercó a mí el Padre, me tomó de las manos, fuertemente, era muy fuerte, y me vio fijamente a los ojos y me dijo: ¡Que Dios te bendiga! Me quedé frío, paralizado, no pude hacer nada, no pude atacarlo. Yo había llegado lleno de miedo y de coraje, lleno de odio, con un odio muy intenso hacia él. Todos me habían dicho que era un hombre malo, y lo odiaba, le iba a hacer un daño grave. Cuando tocó mis manos, sentí como si un demonio hubiera salido de mí. Ya no lo odiaba, estaba lleno de paz. Y sus ojos, recuerdo sus ojos, me vio a los ojos, y era como la imagen de Dios. Me di cuenta de que estaban equivocados, de que me habían engañado, me habían manipulado, todo por hacerle caso a esos N., y a lo que dicen en la televisión, él no era un hombre malo, no me había hecho ningún mal, al contrario, era un hombre bueno. Ahora yo creo que es un hombre santo, que me transformó con sólo tocarme”.
La conversación se prolongó durante toda la homilía y quizá por unos momentos más. Comentó que ya no les iba a creer nada (a aquellas personas que lo manipularon y lo enviaron, sin comentar nada más sobre ellos) y que en lugar de ir con ellos y escuchar las noticias falsas de los medios iba a venir a escuchar al Obispo, porque ahora se daba cuenta que él tenía algo especial y se sentía llamado a eso. Fue en ese momento en donde me reveló su identidad: «Me llamo N. tengo N. años, he hecho muchas cosas malas en mi vida, hazle llegar al padre la esclava, y dile que hoy me he arrepentido de todo. Dásela, y dile que hoy ha ocurrido un milagro, fue un milagro, yo lo iba a atacar, sabía cómo hacerlo, y no lo ataqué, no pude».
El hombre empezó a llorar, habló de que en algunas ocasiones había pensado suicidarse y de que no sólo venía decidido a atacarlo, sino que después de hacerlo se iba a suicidar.
Me preguntó cómo mantener esa paz que ahora tenía, que nunca la había sentido, y que no la quería perder Yo no sabía qué hacer, estaba un poco confundido, sorprendido, admirado, asustado. La conversación duró varios minutos, casi toda la misa. En resumen, le dije lo siguiente: «Hoy es un gran día, Dios ha manifestado su misericordia, no sólo cuidando la vida de nuestro Cardenal, sino cuidándolo también a usted de cometer un pecado tan grave». Le señalé que Dios le hacía una invitación a la conversión muy extraordinaria y que nunca era tarde para regresar a Dios, que él lo estaba esperando con las manos abiertas y que la prueba era lo que había sucedido. Que en las manos del Cardenal estaban el abrazo misericordioso de Dios que lo llamaba. Luego le dije: «El único que puede darte la paz es Jesucristo, él quiere que vivas en paz. Búscalo, no te alejes de él, ábrele tu corazón, pídele su ayuda, permanece en él, el te dará la paz y perdonará tus pecados». El hombre se veía un poco nervioso tras haber hecho esta confesión y comentó que inmediatamente se iba a ir de la ciudad, que se iba a ir a N., que nunca iba a regresar, que nunca lo iba a volver a ver. Me dijo que había mucha gente a su alrededor de él que le habían hecho daño y que lo habían hecho muy violento y que ellos eran peligrosos también.
Luego me dijo, «después de que no lo ataqué, no supe que hacer, me iba a retirar de la catedral, pero luego lo vi a usted y algo me impulsó a hacer esta confesión, porque cuando lo vi sentí nuevamente la misma paz de cuando lo vi a Él. Supe que tenía que ir contigo, para que le contara al Cardenal, no me podía ir sin que alguien supiera lo que pasó. Yo no le puedo contar a nadie más. Ahora tengo que irme, tengo que desaparecer. Pero créeme que ha sido un milagro, porque yo venía decidido y yo sabía lo que hacía y cómo hacerlo» Me pidió que rezara por él, se quitó su collar de piedras, me lo dio, me pidió que lo guardara, y me dijo: «Para que te acuerdes siempre, has sido testigo de un milagro. Dios no permitió que yo dañara al Obispo». Yo le dije que se encomendara a la Santísima Virgen María, rezamos juntos un «Ave María», me abrazó y se fue rápidamente.  
Esto sucedió el domingo 12 de Noviembre de 2006, en la catedral metropolitana de la Arquidiócesis de México, durante la eucaristía dominical, presidida por el Emmo. Sr. Cardenal Don Norberto Rivera Carrera. Doy testimonio de lo ocurrido, según puedo recordar y haciendo un esfuerzo por ser fiel a cada detalle de los hechos.