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viernes, 24 de agosto de 2012

12. [S. Th.] Iconografía I - Владимирская: la virgen del manto negro


Los iconos se leen, se contemplan y se veneran. Se leen porque son palabra e imagen, como Cristo quien es Palabra eterna del Padre e imagen visible de Dios invisible. Se contemplan porque manifiestan sensiblemente las profundidades espirituales del misterio divino. Se veneran porque son un espacio sagrado de manifestación del misterio divino. En ellos, como a través de la Palabra, somos alcanzados por el Dios del amor. En ellos disponemos el espíritu para el culto de adoración al Dios altísimo que se ha manifestado en la fragilidad.

El icono de la Virgen de Vladimir es uno de los más hermosos que se hayan escrito. La tradición oriental lo remite hasta la época apostólica. Podríamos escribir muchos discursos para explicar su contenido teológico. Pero es mejor contemplarlo. Llamo la atención sobre dos detalles.


1. El color del manto de la Virgen. Su manto es negro. En la tradición occidental nos recuerda el luto y la muerte. Y sin embargo su significado es más profundo. Es la ausencia de luz, la oscuridad, la ignorancia y el pecado. Y la virgen está revestida de negro. A diferencia de otros iconos en donde se reviste de rojo como signo de la divinidad que la rodea a través de la gracia, en este icono se viste de negro. Gran misterio es este: la inmaculada madre de Dios y siempre virgen, toda santa, Παναγία, lleva sobre sí misma un manto áspero, duro e ignominioso. Ella experimenta el pecado en sus hijos, la obstinación de los que ama con cariño maternal, experimenta el abandono del mundo a su creador, experimenta la tragedia del hombre que se hace enemigo del hombre, experimenta toda la crueldad del mal ... ella será testigo del momento en el que El Verbo vino al mundo y los suyos no lo recibieron. Este misterio se esconde en su rostro: dulzura y amargura; alegría y tristeza; fortaleza y suavidad.

2. La ternura: Muchos han llamado a este icono la Virgen de la ternura. Hay que contemplar la actitud corporal de madre e Hijo, por un momento parece que la madre sostiene al hijo y por otro momento que el hijo sostiene a la madre. Al final se funden en un abrazo que hace que la negrura del manto del mundo sea "tocada" por la blancura del Verbo encarnado que en su humanidad realiza una nueva humanidad. Sus rostros se tocan, se hacen uno. En ese abrazo el mal adquiere un nuevo sentido, es el espacio del abrazo, el lugar de la misericordia, el lugar del encuentro salvífico. Por eso en este icono resplandece el misterio de la cruz. Más aún es precisamente ese abrazo de la cruz el que lo hace tan solemne, tan lleno de seriedad y de esperanza.

*Este misterio se repite en la Iglesia. La Iglesia es la primera en experimentar toda esa oscuridad. Pero también experimenta aquel abrazo que la sostiene, que la santifica, que la dignifica y que la pone en medio del mundo como signo de contradicción, de salvación.

*Ante el misterio de iniquidad podríamos quedarnos "viendo" la noche del mundo y desesperar. O bien podemos asumir la noche del mundo en nuestra carne y abrazar al Verbo que abraza nuestra humanidad reconciliándola con el Padre eterno. El icono de pentecostes volverá sobre el negro: a esa oscuridad es enviada la Iglesia, con el auxilio del espíritu, en el abrazo que nos une al Hijo y en él al Padre.